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jueves, 13 de septiembre de 2007
La infancia y los responsables (parte 2)
Sin embargo, es cierto que las circunstancias pesas y las actitudes varían. Tienen que ver con el grado de conciencia y con los sentimientos encontrados que despierta el más débil en el que se siente más fuerte. Tiene que ver con el pasado, con la sociedad en que se vive y con las condiciones de vida. En la muy compleja y muy despareja sociedad contemporánea, coexisten en el tiempo, e incluso en el espacio, condiciones de vida y actitudes hacia la infancia muy diferentes.La circunstancia pesa, y pesa mucho, por eso decía que no se podía hablar de bienestar o malestar de los niños sin comprometer el bienestar o malestar de sus padres. La infancia es un asunto privado y público, al mismo tiempo. Un viejo ejemplo para ayudar a hacerse cargo de esa responsabilidad pública sobre la infancia: hace quinientos años hubo un pueblo que vivió en el extremo sur de mi país, en la Tierra del Fuego. Se llamaban a sí mismos yámanas, que significa “hombres”; los antropólogos los llaman “caoneros” porque pasaban gran parte de su vida en sus canoas, yendo y viniendo por los canales del estrecho de Magallanes, y sólo de tanto en tanto acampaban en la orilla o entraban en sociedad con otras familias. Una vida sencilla y esforzada. La mujer era la que remaba y asaba la comida en el fuego que siempre ardía dentro de la canoa: a veces también pescaba. El hombre cazaba lobos marinos y cormoranes, carneaba, fabricaba herramientas y armas: a veces también remaba. Cuando nacía un niño siempre había otra mujer- la madrina- para ayudar en el parto. La madrina se llenaba la boca de agua, esperaba que el agua se entibiase y luego la rociaba sobre el niño. Frotaba despacio el cuerpo nuevo con el agua tibia, lo secaba con musgo y lo envolvía en una piel de zorro suave y muy abrigada. Algunos días después madre y madrina alternarían las duchas de boca con algunos rápidos chapuzones en el mar. El resto del tiempo, pegado al cuerpo de la madre, en brazos o colgado en la espalda, entre pieles, nunca solo, abrigado y bien alimentado, el niño crecía.
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